miércoles, 19 de mayo de 2010


El cuarto día Rumbo se sintió mejor y Ricardito lo llevó a dar un paseo. En el camino el elefante se puso a jugar con otras mascotas que llevaba un paseador y que se divertían persiguiéndose. Rumbo los persiguió, con tanta mala suerte que los alcanzó. Dos pequineses terminaron como felpudos, conectados a un tubo de oxígeno para re-inflarlos, y un salchicha perdió la cola debajo de la pata de Rumbo.

La primera semana fue dura: Rumbo, que así le había puesto Ricardito, se empachó porque el kiosquero había entendido que el maní debía ser con chocolate. Estuvo tres días tirado en la vereda, porque con el estómago inflamado no entraba por el garage, y además no tenía ánimos para levantarse. Los vecinos protestaron, porque no podían pasar y porque los chicos llegaban tarde a la escuela entretenidos acariciando la barriga de Rumbo.

Inmediatamente hubo junta familiar:

- Vos me dejaste – dijo Ricardito a su mamá mientras acariciaba la trompa que se metía por la ventana-, además está vacunado.

- Pero ¿dónde va a dormir?- preguntó papa.

- En el jardín.

- ¿Y si llueve?- dijo mamá.

- Se mete debajo de la glorieta.

- ¿Cómo vas a alimentarlo- contraatacó el padre.

- Ya encargué cinco kilos diarios de maní en el kiosco.

- Y los vecinos?- preguntó la madre.

- -¿Qué? ¿También quieren maní?

La junta se prolongó dos horas, pero a todas las preguntas Ricardito tenía respuesta y finalmente el elefante se quedó en la casa. A prueba dos semanas.

sábado, 15 de mayo de 2010





...cinco minutos más tarde, Ricardito llevaba su elefante, como si tal cosa, sujeto por una gruesa soga, mientras cruzaba la Avenida SAnta Fe. Algunos se daban la vuelta para mirarlo, otros sencillamente lo ignoraban creyendo que debían aumentar las sesiones de terapia o que habían bebido demasiado la noche anterior...